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el gorrión
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Cuentos

El bar de los pájaros

Y acá me encuentro, donde los pájaros de alma desamparada sacian su sed, revoloteando por la ciudad hasta aterrizar en el bar. Inyectando alcohol y deyectando angustias. Hoy está plagado de corazones, parte de la multitud de La Marcha del Silencio ha recalado en este lugar. Me acomodo en el único espacio disponible en una de las butacas junto a la barra, frente al horno de pizza. A mi diestra, un mozo cenando un omelete en su descanso. Intercambiamos unas palabras con el pizzero y otro mozo que se acerca, este último nos hace catarsis sobre lo pretenciosos que son algunos clientes ocasionales.

–No soportan la ansiedad, quieren el pedido al instante, esto no es McDonald’s papá –sentencia furioso.

Parece una contradicción, pero toda la paciencia de esas personas para con sus familiares desaparecidos y tan poca paciencia para con una pizza. Entra un paria y se acerca a la barra sobre mi izquierda, pide algo para comer; el pizzero aparta unos recortes de fainá y mozzarella recién salidos del horno, los envuelve y se los alcanza; me gustó que no escogiera recortes viejos, loable actitud, lo sentí mi amigo. Siempre me cayeron bien los marginados; los borrachos, las putas, los travestis, los reclusos y todos aquellos que la cultura oficial desecha; me parecen personas auténticas; de alguna manera, sus vidas fueron extirpadas, eso los hace moverse sin miedo a perder, a diferencia de los fariseos que, andan siempre pensando en prosperar, obedientes, egoístas, emanando miedo a borbotones. El otro día, un borracho se puso a llorar en uno de mis hombros; explotó su llanto luego de que el músico del lugar donde estábamos se rehusara a tocar un tema de Eduardo Darnauchans.

–Toca uno del Darno, uno del Darno –le gritaba.

Al ver que terminaba su función sin complacerlo, se dio vuelta, me miró y se puso a llorar. Lo abracé y le pregunté por qué lloraba.

– No me dio bola –me dice.
– Los músicos ensayan sus canciones, seguramente no estaba ágil con ninguno de Darnauchans. –le dije
– Vos lloras por otra cosa –agregué.
– Extraño a mi madre muerta –sentencia.

No le dije nada, sólo esperé a que drenara su tristeza; al minuto me agradeció y siguió su camino.

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Poesía

Amainó

Alucinó la noche
su tornado interior
con el agua a su lado,
sin un depresor;
renunció a la fiesta,
por el momento,
no sabe después;
amainó su tormenta,
vio caer los atavíos
y en su morral la magia
de unos labios húmedos,
no volverá temprano
a mandrilear la cuna
ni a derramar miseria
para tapar su angustia.

Cuentos

Verano oxidado

Quiero caminar la ciudad entre callejuelas, tugurios y bares; observar caras extrañas, parejas, el trabajo de los mozos o escena interesante que tenga para compartir mi entorno. Es una de las formas de salir de mi cárcel mental.

Típica noche de enero en la ciudad, camino serenamente sobre el cemento caliente hasta llegar al bar donde acostumbro cenar esporádicamente, hoy los camareros tienen caras abominadas, el día sofocante y la impotencia por no tener vacaciones los deja así. El lugar exuda tedio; me recuesto sobre una de las mesas al fondo hasta que se acerca una moza llena de desgano para ofrecerme la carta.

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Poesía

La plaga mortal

Plaga mortal el saludo hipócrita,
la excusa fácil y las reuniones sociales
(especialidades para vulgares fanfarrones).
Plaga mortal las aseguradoras, las financieras
y los bancos (tranquilizando el miedo al futuro).
Plaga mortal el himno, la bandera y el circo deportivo
(símbolos para un chovinismo retrógrado).
Plaga mortal el miedo a perder el trabajo,
la auto represión y el sentido común
(comer, dormir y mirar televisión exclusivamente).
Plaga mortal los medios masivos de comunicación
(tribu de periodistas esbirros y conductores frívolos).
Plaga mortal la publicidad, la navidad
y el día de los enamorados
(veleidades inventadas para ilusionarte).
Plaga mortal los notarios, los árbitros y los fiscales
(oscura casta de perversos justicieros).
Plaga mortal los guetos cerrados, el fanatismo
y cualquier otro ismo
(ese espurio deseo de pertenecer).

Aunque también,
plaga mortal quien escribe,
si no es capaz de conmoverte, indignarte
o desprenderte algún sentimiento visceral.

Poesía

¿Respeto tu opinión?

Te acepto y no te agredo,
pero no respeto tu opinión.

Porque respetar es conferir valor
y tu opinión no tiene valor,
nunca dudas,
no escuchas,
no lees,
no muestras pensamientos nuevos,
no tienes filosofía de nada ni de nadie.

Sólo quieres tu turno de hablar,
sólo repites titulares de prensa,
sólo ves el mundo desde un único lugar,
sólo esgrimes prejuicios vetustos,
sólo repites los panfletos de tu tribu.

Respeto al ávido de nuevos mundos,
respeto a quien escucha para aprender,
respeto a quien arroja luz sobre la sombra,
respeto a quien tiene ideales,
respeto a quien mejora su manera de pensar,
respeto a quien se niega a sí mismo,
respeto a quien mira con otros ojos,
respeto a quien vive su genuina vida.

Poesía

Aguada’s gigoló

Irónico y mordaz con tiempo para gastar
trepando las escaleras de tu estadio ya te vas,
husmeando a tus vecinos con alma de voyeur,
recolectando migajas y mentiras por doquier.

Juegas al dadivoso con un tranco parisino,
al frente sos inclusivo pero al fondo privativo.
Tus caprichos hedonistas y juicios por enmarcar,
lastiman mi inteligencia y me hacen perturbar.

Que decir de tu Antonieta, perniciosa y traicionera,
se arrastra como culebra rapiñando con su escuela.
Apocada y pretenciosa con teatro presuntuoso
recluta nuevos tilingos entre trazos y acuarelas.

Era de prever que entre cuentos y aventuras
tu engendro te haya salido altivo en su investidura;
así cierra tu linaje de bandidos encubiertos,
reclamando entre sollozos, sentido común y descuentos.

Cuentos

La guerra y la paz

“Y la vida siguió siendo, tal como había sido durante la guerra, tal como seguirá siendo siempre, impredecible, incomprensible, inacabable”.

León Tolstoi

La República Democrática del Congo -valga la contradicción- es un país de África Central que se encuentra en crisis política y bélica desde hace mucho tiempo. En sus inicios fue colonia de Bélgica y se independizó en 1960; es un país plagado de riquezas minerales como oro, diamante, cobre, cobalto, entre otros; aunque el mineral de la discordia se llama coltan.

La guerra y la paz

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Cuentos

Un barrio

Terminaba ansioso el café con leche junto al refuerzo de mortadela para salir despedido de la cocina, tomar una acelerada carrera por la vereda del rancho, saltar limpiito el portón negro de hierro y llegar hasta la calle; ahí levantaba la mirada para ver el campo baldío con la ilusión de encontrar vecinos en la canchita. Me gustaría contarles lo variada y polifacética que fue mi niñez, pero no, lo único que me importaba era jugar al fútbol, partidos barriales y precarios. La escuela era una obligación que sólo servía para tener a mis padres tranquilos y dadores de licencia para ir jugar. Parece mentira, cada tanto tribulo el tiempo que perdí jugando al fútbol en mis jóvenes años, en lugar de aprender a tocar la guitarra, leer libros de cuentos o hacer otras actividades de esas que te agudizan los sentidos, y los placeres.

Nací en un suburbio, clase obrera trabajadora, construcciones irregulares, techos livianos, calles de balasto, ausencia de saneamiento y también de pensamiento. En mi casa no había libros ni instrumentos musicales, la vida de mi hogar estaba signada por la abnegación de mis padres, tareas del hogar, trabajar muchas horas para al fin volver a hacer las tareas del hogar y volver trabajar muchas horas. Mi padre era empleado de una fábrica, fue muy difícil verlo cada primero de año, ya que hacía turnos para recolectar dinero extra. Mi madre argüía que su intención era pagar nuestra educación. El tiempo libre de mis padres estaba destinado exclusivamente a los entretenimientos televisivos y los noticieros. En mi casa estaba terminantemente prohibido ver programas didácticos o dibujos animados mientras se transmitía Grandes Valores del tango o el Informativo.

Mis viejos no tenían la culpa, fueron rehenes de los medios de producción y la industria del entretenimiento ¡Sí! Esa que te obliga a tener sentido común. En mi casa se discutía, pero no se discurría; estaba preestablecido vivir la vida para llevar un orden; ser un empleado responsable, trabajar muchas horas, no deber dinero a nadie y seguir los dogmas pautados por la lectura oficial. Estudiar de forma ortodoxa hasta donde se pudiera, conseguir un trabajo, una pareja, no meterse en problemas, casarse y al fin, terminar repitiendo la misma película una y otra vez.

Soñar estaba cuasi prohibido, ya que debíamos aceptar la vida que nos había tocado sin chistar. Jugar al fútbol como Francescoli o tocar la guitarra como Paco de Lucía eran proezas imposibles, dado que esos dones eran otorgados por una gran varita mágica que nunca visitaría nuestro hogar. No obstante, en aquellos años había algo que me preocupaba aún más; la indeseable hora de dormir la siesta; así que con el fin de esquivar dicho martirio, utilizaba el artilugio de colocar almohadones en mi cama para simular la presencia de un cuerpo y me escurría por la pequeña ventana del dormitorio. Había que ser flaco, de lo contrario, era imposible escapar. Allá me iba en silencio al encuentro de los verticales rayos del sol, el bravo cantar de las chicharras macho y mis amigos, los vecinos. A esa hora no se jugaba al fútbol, más bien cazábamos con la onda, trepábamos al viejo laurel o competíamos al tejo por figuritas o al hoyo, por bolitas. Mi cuadra era muy corta, balasto lleno de pozos, callejón cerrado con una alambrada al fondo que separaba un campo repleto de chircas donde cruzaban las vías del tren; sincopado sonido que, junto al ladrido de los perros, eran los responsables de alterar el ritmo del barrio.

En aquellos tiempos sólo habían dos maneras de ganarse el respecto de tus pares; ser un camorrero temerario o bien, un excelso jugador de fútbol; si no querías ser un bravucón, al menos tenías que ser elegido dentro de los dos primeros turnos en una pisadita; de no ser así pasabas a ser un simple jugador de relleno. Los buenos jugadores no sólo estaban exentos de las palizas de los camorreros, sino que eran vistos con admiración y respeto por los adultos, por ende, mi superveniencia estaba supeditada a ser un busca pleitos empedernido o bien, ponerme a practicar la zurda contra la pared, mejorar los cambios de ritmo y pegarle con comba.

Escucho que muchas personas hablan con nostalgia y felicidad de su niñez; no fue mi caso, la mía fue una prueba de supervivencia; cuando la maestra nos explicaba las causas del éxodo del pueblo oriental, me encontraba pensando cómo esquivar las piñas de los más grandes a la salida de la escuela o ideando ‘driblings’ para combatir con fútbol las embestidas de mis vecinos. Les juro que cuando niño esas eran las únicas cosas que realmente me importaban; poco tenía que ver eso con la felicidad; la dicha es otra cosa, quizás la que siento hoy haciendo arpegios con la guitarra, leyendo “En busca del tiempo perdido” o viendo a mi madre dibujar y haciéndolo bien. Hoy destina menos tiempo a las tareas del hogar y más tiempo a su abnegada alma.
Sin embargo, estaría faltando a la verdad si dijera que en mi barrio no aprendí nada; en esos años me enseñaron a tolerar la frustración, aprendí a perder y a saber separar los sin vergüenzas de los buenos tipos, porque en el potrero, los que garronean los ‘corners’ son los que te roban las novias; de la misma manera que los buenos perdedores son los mismos que prestan bolitas. En esas calles plagadas de tugurios, el respeto no era un bien de consumo, sino un premio de pocos.

Ya no quiero volver ahí, mi niñez ha cambiado y pertenece a otro tiempo; quiero ir a otros lugares, con otras gentes, pero sin olvidar que mi sangre está matizada de ese lugar; con el recuerdo de un barrio estampado en el alma.

Cuentos

Una mañana

Imagina un campo, amplio, verde, bajo un amanecer cálido, cubierto de un cielo celeste, intenso y salpicado de tibias nubes algodonadas, verbena fucsia entrelazada al verde gramado; aves revoloteando te cruzan como también te cruza una ráfaga de aire fresco; escuchas acordes de una cascada lindante, caminas sin rumbo, parpadeando, los rayos del sol instan bajar tus párpados como cortinas y capturas ese momento; llegas a tu fase R.E.M hasta que un beso húmedo te sorprende, alguien vino a buscarte.

Poesía

Vivo muerto

Vivo muerto quien se estanca,
quien no reflexiona, quien no cambia.

Vivo muerto quien no lee, quien no viaja,
quien no escucha, quien no da.

Vivo muerto quien no arriesga, quien no enfrenta,
quien no conmisera, quien no perdona.

Vivo muerto quien no actúa,
quien no ejerce, quien no acciona.

Vivo muerto quien espera,
quien escapa, quien presume.

Vivo muerto quien no pierde,
quien no sufre, quien no ríe.

Vivo muerto quien no llora,
quien calla, quien sucumbe impávido en su timidez.

Vivo muerto quien ve el mundo siempre igual
y mide todo con la misma regla.

Vivo o muerto quien no ama.

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