La felicidad

Felicidad, un sustantivo del sentido común y velo para disimular nuestra incapacidad de aceptar la vida. Hay un deber que nos insta ser felices, una propensión a evadir que nos impide mostrarnos vulnerables o desdichados. Dicho de otra manera, lo flemático, la alegría, es bien recibida por todos, mientras que la melancolía, tristeza, debe ser encubierta. Cualquier producto asociado a la felicidad es bien recibido, por ende aceptado. Coca-Cola: «Destapa felicidad».

Intangible e inconmensurable, no hay ningún instrumento creado por el hombre que sea capaz de medir nuestra felicidad, de manera que, aunque se pronuncie a viva voz, será un ejercicio inútil. Sería una osadía de mi parte escribir un tratado sobre la felicidad, eso lo hizo magistralmente Schopenhauer, sin embargo, quiero reflexionar un poco.

–Emito mis alaridos por los techos de este mundo –dijo Walt Whitman.

Me hieren, me vejan; los publicistas, los programas de entretenimiento, los noticieros, el show business y todos esos refranes anclados de generación en generación para el modus vivendi, consejos para la felicidad. No hacen más que anestesiarnos. Deberíamos hacer lo contrario, no hablar de la felicidad, no jactarnos de ella; en tanto la olvidemos, se acerca. Nadie debería andar alardeando felicidad. No creo tenga que ver con el desconocimiento, la evasión, o el soslayo de circunstancias adversas; mucho menos con la omisión de pensamiento. Por el contrario, la tristeza es parte indivisible de nuestra vida. La flor crece en el estiércol, la semilla germina en el barro, hurgo en lo más profundo, pleno autoconocimiento, abnegación. La ausencia de dolor nos vuelve inertes.

Quien no se haya revisado interiormente, conocido sus demonios o enfrentado a sus monstruos, difícil pueda germinar alguna semilla digna; porque como el abono que fertiliza la tierra, basura y alimento coexisten, tormenta y claridad. Allá vamos, hacia nuestra ciénaga, predispuestos, hidalgos, enterrándonos en nuestro más profundo ser, ese que no nos gusta, miserables, indivisibles, egoístas, pero francos frente a uno mismo. No existe felicidad sin una rendición, sin una enmienda, sin mirar al otro y decirle «He sido  un miserable y quiero enmendarlo, perdón, estoy dispuesto a no cometer los mismos errores.» Acá huele mejor, veo luz que nace de la sombra ¿A quién se le ocurre que tomando Coca-Cola alguien pueda ser feliz? Deberían procesarlos por estafa, desaparecer todas las empresas de publicidad que manipulan las emociones; también acallar a los evangelistas, falsos profetas que nos prometen el camino de la salvación. No existe ningún camino para ninguna salvación. No me quiero salvar, quiero la crisis, que vengan adversidades, malas circunstancias, pobre quien no conoce adversidades, muere vivo; insensato aquel que crea que la felicidad es ocasionada por algo externo. No es con alguien ni en ningún lugar, sino conmigo, en cualquier lugar y con cualquier persona.

Acá estoy, de frente, desafiante, mi sangre hierve para sortear las rémoras del camino. Abono para mi tierra fértil, iré por esas semillas al fondo del pantano, inseguro, corriendo el peligro de ahogarme, cruda vida, desgarrándome, saboreándola. La única razón por la cual escribo es la desesperación; si me muerdo la lengua, me enveneno. Por eso en cada nueva línea que lees estará pendiendo mi corazón. Poco importa que cuestionen mi viaje, primero fiel a mí mismo. No habrá amor para otros si antes me miento. Por eso eyecto lo que tengo, acá estoy, a solas con mi alma remendada, con el bazo ardiendo ¿Qué importa la felicidad? No tengo tiempo para pensar en eso; importa la vida, lo que subyace, lo que brota, lo que libra el universo ¿Quién quiere ser un egocéntrico de la felicidad? Si el universo es infinito, somos una pequeña célula en medio de un conjunto de constelaciones que pulula por el cosmos ¿Alguien cree que puedo torcer ese curso? No quiero felicidad, no quiero placebos, no quiero nada, solo contemplar el viento, dejar que el aire corra. Quiero paciencia, porque el tiempo es la cruz de todo. Que venga lo que tenga que venir, que sea revelado lo que tenga que ser revelado, lo que encuentre en el camino.

Tengo miedo, soy miserable, oscuro, desatinado e inoportuno, pero también un alma fasta, misericordiosa; con el garbo de los versos de Mallarmé. Después volveré a ser torpe y tendré nuevas creencias absurdas y procedimientos inocuos, pero no importa, porque todo va a la fuente que abreva la vida. De la mano con mi enemigo, aprendiendo con él. Eso, quiero que me muestren mi lado oscuro, mi miseria; no quiero lisonjeros simpáticos ni falsos profetas, toda esa casta cobarde en busca de aprobación; con miedo a perder, a ser rechazado. Por eso se miente y se mendiga tanto. Eso no me nutre, no me excita; quiero a mi alter, que me miren a los ojos y me escuchen, sin juzgarme, sin consejos, sin recetas, sólo una oreja, una presencia, compañía para seguir aprendiendo. No quiero convencer a nadie de nada ni que me convenzan, sólo contemplar la mar serena. Compartir lo de cada uno, aceptando mis taras y las de los demás ¿Me contradigo? Por cierto que me contradigo ¿Cómo hacer contralor de mí mismo si no me contradigo? Hoy me gusta el rojo y mañana me gustará el verde espuma de mar ¿A quién se le ocurre pensar siempre igual?

Mañana, tal vez, deteste esto que hoy escribo, pero hoy no es mañana, es en este instante que me desangro en versos, torpes, pero vivos. No sé nada, no tengo certezas, no creo en ninguna revelación más que en mis propias tripas; es lo único que tengo para ofrecer, pero son ígneas, te van a encender si sigues jugando con ellas. Las líneas van a penetrar en ti como un puñal, entrará mi jugo por tus venas hasta el fondo de tu corazón y le cambiará el color para siempre, o por un minuto, o por un segundo, pero lo cambiará. No quiero que nadie cure mi locura ni a mis locos amigos, esos que alguien inventó y adopté, lindos por todas partes, impredecibles, inacabables.

–En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor –dijo Miguel de Cervantes.

Allá voy, corriendo detrás de ti caballero, sácame de aquí, súbeme a tus ancas y vamos por esos molinos de viento. Somos una gran simulación, nuestra única preocupación debería ser reírnos de nosotros mismos, soltar todas las piedras que cargan nuestras mochilas de prejuicios y levitar observando la grama desde lo alto.

–Adoraba a Ulric por su emulación de los maestros, creo que lo veneraba de verdad por representar el papel de fracasado. Era un hombre que sabía hacer música de sus fallos y fracasos. En realidad, tenía ingenio y gracia para hacer creer que, después del éxito, lo mejor en la vida era ser un completo fracasado. Cosa que probablemente sea cierta. Lo que redimía a Ulric era su absoluta falta de ambición. No anhelaba verse reconocido: quería ser un buen pintor por el puro placer de superarse –dijo Henry Miller.

Y lo amé, porque nada hay afuera, está todo dentro, no hay que ser mejor que nadie, ni medir lauros con nadie, la carrera es con nosotros mismos, respirar y mirar al cielo, confiar que nuestro motor interno es el poder superior. Ahora, aunque paradójico, una vez hurgada la basura y descubierta la gema, deberá salir y entregarse a los demás.

El otro día pensaba que tan retrógradas eran las viejas generaciones; no son retrógradas las viejas generaciones, retrógrados somos nosotros, los intelectuales. Sólo hay una chance para evitar ser un imbécil con mi hija, una en un millón; será tener la humildad de rendirme ante mi estupidez, dudar de que cada una de mis creencias es una construcción hecha por un borracho en la madrugada; sin bajarle línea, sin evangelizarla, sin pretender que sea nada. Que sea lo que ha de ser; mi único deber es sostenerle la mano hasta volar, alimentarla y escucharla; eso, escucharla, porque la sabiduría es hija del silencio.

No escuchamos, andamos desesperados mendigando amor y comprensión, que se apiaden de nosotros, que nos tengan misericordia, pero no somos capaces de dar nada, somos ratas egoístas que nos arrastramos buscando la paja en el ojo del otro, poniendo excusas para todo; mejor dicho, las ratas se ríen de nosotros.

–Yo quiero que mi hijo sea feliz –dijo el insensato.
¿Qué diablos crees que estás diciendo?

–Yo a mis hijos les he dado todo –dijo el insensato.
¿Qué diablos crees que estás diciendo?

No hay que pretender nada, sólo escuchar, estar en posición de alumno, no de maestro. Deberíamos aprender a leer de los ojos de los niños (y de los libros de Dostoyevski), ellos son los profetas.

¿A quién se le ocurriría que mi hija tenga que ser igual a mí? Sería horrible. Quiero aprender de ella, mirarla y contarle que su padre se equivoca tanto como respira, que tiene miedo, que perdone mis creencias porque mañana voy a reír de mis propias taras absurdas.

Sal a vivir la vida como te plazca, no busques la felicidad, porque es una ilusión que no existe, no seas vulgar y pretenciosa. Sólo quiero darte, no me devuelvas nada. Ve hacia el frente, doliente. Te vestiré, te daré de comer, te extenderé mi mano, cambiaré tus pañales y te amaré, pero te amaré como amo a todos los niños, porque tu existencia es posible en un todo. Nunca permitas que mueran de hambre a tu costado. No eres mi trofeo, mas sufriré tus faltas. Te amaré sin esperar calificaciones. Mi amor es una flecha de ida; sea lo que sea que hagas con tu vida será lo mejor que suceda en el universo, pero por sobre todas las cosas, nunca permitas que alguien como yo te coarte tus pulsiones. Si tus sentimientos implican dejar de hablarme, hazlo. Tu vida es con los otros, ahora no estás sola, compartes y te entregas, con tus diferencias, aprenderás desde las diferencias con los otros, esa es la felicidad, no hay otra, nunca la hubo ni la habrá.

1 COMENTARIO
  • Carmen miño
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    Maravilloso; tan simple y exquisito ,deleite cada parrafo .Ser Feliz Para mi es la Simpleza de lo cotidiano el resto se ira dando tan simple como eso graciasss !!!!disfrutar dia a dia con alegrias y tristezas

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