Hasta callarla

Cuando nada me conmueve,
las voces son un mero eco,
maquinas de autocompasión,
lienzos teñidos de demagogia,
colores cubiertos de brillantina,
papel picado de periódicos y revistas,
encuentros que ultrajan el silencio,
venales risas impregnadas de moda,
perfumes vulgares y pésimo gusto,
retazos de evangelios sofritos
en un lábil inframundo digital,
reduciendo el lenguaje al mínimo,
manido, caprichoso, indolente;
siento murmullos como espinas,
las luces alumbrando los rostros
asqueados de una rutina necia,
rebaño de Sísifos degradados.

Cuando la jugada es adversa,
si me distraigo, si me disperso,
el pensamiento me gobierna,
como el moscardón que merodea,
porque me quiere indignado,
porque indignado vale tapar,
vale callar, vale mentir,
vale la gula y la carne sorda.

Sólo pido aceptar mi ignorancia,
tomar el papel y el lápiz,
un té con limón y miel,
y escuchar el Aria de Bach,
así abrir mi mente,
que le entre cada suspiro,
hasta callarla.

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