Leer no te sirve para nada

Era la segunda vez que escuchaba esta sentencia, la primera se la escuché a Enrique Symns, escritor del under porteño, en una entrevista radial. La segunda fue espetada por mi vecino de abajo. Pasado un tiempo pensé:

Uno de los dos miente.

Sí, ustedes pensarán que estoy loco, ambos dijeron lo mismo. Sí, pero aún así, sentí que uno mentía.

Mantente recto en un mundo quebrado

Una supuesta verdad demostrable científicamente puede ser refutada espiritualmente. En su esencia no debe ser fruto de la estadística. Se manifiesta al igual que el arte, sucede. Igual que la confianza, confías o no, sin comprobación. Funciona como algo visceral, metafísico, sin más. Sin embargo, aunque parezca una aporía, un razonamiento que busca una verdad alberga un componente neumático. Que expresen lo mismo no significa que ambos fondos sean verdaderos; podríamos intuir que hay dos formas de corroborarlo, sintiéndolo (numen) o razonándolo más allá de nuestra conveniencia, buscando la verdad.

Veámoslo así; una sucesión de errores puede compensarse y llegar a un resultado esperado, también una copia o el mero azar. Pero solo un procedimiento consciente y libre de afinidades puede revelar, entre líneas, la verdad. Este procedimiento no necesariamente es perfecto, pude incluir el error, mejor dicho, un error puede llevar a que el resultado, a priori, contradiga al procedimiento. Si la verdad es manifiesta, infiero que la excelencia con que se busca la verdad es la verdad. Transferencia de sentimientos y amor al cálculo que, a pesar del error, establece la frecuencia correcta.

Desbrocemos a ambos locutores, ya que aparentan decir lo mismo. El primero expresa el resultado de una búsqueda, es un hurgador; el otro, alguien que osa exponer algo que escuchó. Cuando Enrique Symns dice que leer no tiene sentido se refiere a que la escritura es vida muerta, vida vivida por otro. Esto te coarta, te insta repetir lo que otro ya vivió, te sugiere escoger determinado recorrido en detrimento de otro. Dice: ¿Por qué el escritor tiene que escogerle el camino al lector?, ¿por qué tiene que impedirle chocar contra un muro?, ¿para qué sirve la experiencia vivida por otro?, ¿por qué debo dar sugerencias?, ¿quién soy?, ¿Dios?

La escritura, al igual que esto que escribo, en algún punto es un acto de soberbia, a pesar de ser retórica o en parábolas. A menos que sea en privado para terapia del escritor y luego destruída, pretende inducir al lector hacia el terruño del escritor. Esa fue la razón por la que Sócrates, padre de los estoicos, sostuvo que escribir no tenía razón. De manera que la expresión de Symns es la reflexión final de una serie de cavilaciones, él sostiene que el acto de escribir pierde valor frente al acto de vivir. Para los filósofos griegos y otros posteriores, como es el caso de Spinoza, la grandeza del alma se manifiesta en la pureza del razonamiento, así pues, un alma trascendente es aquella capaz de permitir el gobierno de las pasiones y la comprensión de las afecciones. El alma no era consideraba una entidad separada de la razón.

¿Qué pasa con la expresión invectiva de mi vecino?

La siento falaz, huelo algo fétido. Medito y escucho a alguien que repite algo que escuchó. No lo dice luego de haber leído y sentirse consternado por haber errado, sino que la usa como excusa para evitarse la tediosa tarea de leer. Mi vecino no expone ningún argumento dotado de numen, sino que utiliza una frase ingeniosa para justificar su pereza. Busca su conveniencia, no la verdad. Leer no sirve para nada porque así se evita tener que hacerlo. Más que una idea ingeniosa es un comentario deleznable, propio de la más profunda soberbia. La verdad se revela frente a la motivación, a la belleza de la búsqueda, aún en el error, aún refutada de forma ulterior. En ese instante el numen desciende y se hace vísceras, porque el ser expresa el más puro sentimiento, casi sin darse cuenta, así expresa su verdad, y eso enciende a cualquier alma de su misma especie.

Me hubiese gustado preguntarle a mi vecino: ¿Por qué el área del triángulo es base por altura dividido dos? Si no era capaz de contestarme esta pregunta, sospecho que quedaría refutada la falsedad de su comentario instantáneamente. Porque, ¿cuál es la motivación?, ¿de dónde nace el germen de ese pensamiento?

Por eso, solo en la primera sentencia se manifiesta la verdad, si tomo la verdad como manifestación del espíritu, más allá del mero objeto. La ciencia es consecuencia de la razón, pero de la razón pura. En su Crítica, Kant deja entrever que nada es demostrable más allá de la pura razón, y que en términos existenciales, la ciencia es incomprensible. Kant escinde a la razón pura de la razón numénica, esta última referida a lo que no se sabe, lo desconocido, lo inabarcable. No sabemos de dónde venimos y hacia dónde vamos. Como dijo alguien que no recuerdo: “El piso es duro y el cielo es celeste porque alguien lo dijo.”

Imaginen a un alumno de física llegar al resultado de un ejercicio planteado por su docente luego de un exhaustivo y criterioso análisis; primero extrae adecuadamente los valores que lee entre líneas en el enunciado, comprende el contexto y las circunstancias del problema y luego realiza una correcta selección de las ecuaciones que le permiten hallar las incógnitas, pero sin embargo, durante la resolución comete un error de cálculo que le impide llegar al resultado correcto. Poro otro lado otro alumno llega al resultado correcto mediante el uso práctico de la memoria, listando las ecuaciones relacionadas a la temática, sustituyendo y despejando. O lo que es peor, copia el resultado de otro alumno. En términos funcionales, materiales o productivos; el segundo alumno llega al objetivo. Ahora bien, en términos cognoscitivos, solo el primer alumno es capaz de enfrentarse a un problema similar en la vida y hacer una correcta lectura de su entorno. El error será parte del juego. En esencia, la destreza del jugador consiste en saber leer los problemas sin registros anteriores, saber qué hacer en cada momento, cómo administrar energía y fuerza de acuerdo a las circunstancias.

“Art happen” -dijo James Whistler.

“La rosa es sin porqué.” -dijo Angelus Silesius.

La verdad no es, subyace, o es, pero sin porqué, se siente, se huele, aunque solo en esa frecuencia, todo lo demás entra en el terreno de la demagogia. El resultado vacuo como mero devenir de la copia, de la popularidad, no revela ninguna belleza, ninguna verdad.

Me pregunto:

¿Leer no sirve para nada?

Seguramente para el Don Juan de Castañeda o para el chamán de una comunidad, leer no tenga sentido, pero para mí, un ser adoctrinado, educado a través de programas educativos oficiales, testigo diario de la publicidad, del entretenimiento, del circo del show business, de los noticieros, de los titulares radiales y del vulgar consejo hogareño; más que necesitar leer, estoy condenado a leer. Pero no solo leer, sino leer autores trascendentes capaces de ayudarme a borrar toda la interferencia mental. Señor vecino, perdóneme, pero si un espíritu elevado como Simone Weil tuvo que leer a los griegos, a los chinos, a los germanos, a los rusos y a los nórdicos, para pensar con claridad, ¿pretende hacerme creer que usted no necesita leer? No sea sin vergüenza, no repita eso por ahí. Por amor a Dios, pero por sobre todo, por amor a usted mismo.

No necesitan leer los árboles, que frente a la amenaza de una peste sus vecinos del bosque se comunican para transferirle las sustancias necesarias para que se defienda y sobreviva. No necesitan leer los pájaros, que no cantan por prestigio, sino porque sí. No necesitan leer las gatas, que saben cuándo soltar a sus crias. No necesita leer la luna, capaz de reflejar el sol. No necesita leer el sol, fuente de luz y calor. No necesita leer Don Juan, quien comprendió que el peyote solo le sirve a aquellos que no pierden el juicio. No necesita leer quien tiene la suerte de estar unido a la vida, capaz de leer el cielo y labrar la tierra.

Me conformo con leer a sorbos, a tientas, desordenadamente, desconfiando de las ediciones, de las editoriales, de las traducciones, de las selecciones. Escogiendo de acuerdo a la sintonía del alma, desbrozando para separar el arte del veneno.

“La mayoría del arte es falso” -dijo Tolstoi.

No vibramos con ninguna mayoría, sino en determinada frecuencia, y la única manera de averiguarlo es limpiando todo el residuo tóxico que nos cubre, lanzándonos al vacío, sensibles, escuchando, permitiéndonos entrar en nuestra frecuencia y en las frecuencias hermanas, permitiéndonos estar tristes, iracundos, alegres, temerosos, aceptando nuestra singularidad. Desde la singularidad se nutre la comunión con los otros. Aceptando perder, caer, errar. Disfrutar el enunciado del ejercicio sin afán de resultado. Hallando las incógnitas con júbilo, enjundia, amor. Ahí huelo una verdad, ahí estoy menos solo, conociéndome, entregándome, hurgando. Ese debería ser el acto religioso del ser social. Religión de re-ligare, volver a unir; volver a unir lo que una vez fue separado. El acto religioso trasciende al gueto, se eleva, es la humildad capaz de derribar la soberbia. Aceptar que no sabemos nada. Nada es más real que aquello que se manifiesta en poesía, difuso, rodeado de niebla, inabarcable, impredecible, incierto, etéreo; pero al mismo tiempo es pura belleza, provocación, conmoción. El estómago se retuerce queriendo gritar, ígneo. Fulgor desenfrenado, sin acólitos, sin prosélitos, sin “me gusta”, sin cleros, sin ídolos, sin tutores, sin repetir como loro lo que otro ya dijo. Cualquier doctrina, cualquier escuela, cualquier movimiento; nos limita, nos coarta, nos vuelve irracionales, insensatos, sin alma. Repletos de miedo sin sentido.

¿De verdad te crees tan importante?

Ningún sistema nos amenaza, ningún capitalismo, ningún neoliberalismo, ningún progresismo, ningún marxismo, ningún nazismo, ningún sionismo, ningún jefe. Nosotros somos nuestra amenaza. Nuestra cobardía, nuestra pereza, nuestra soberbia, nuestras pasiones ingobernables. Ningún mundo va a caer. No quiero eternidad. Creernos importantes es nuestro mayor acto de vanidad. Dejarnos a merced de charlatanes y falsos profetas. El mundo va a cambiar cuando yo cambie, porque el mundo es mi representación, mi ánimo, mi voluntad. Porque la representación de mi mundo cambia cuando yo cambio, y si yo cambio, cambia el mundo.

1 COMENTARIO
  • Tatiana
    Responder

    ¡Chapó!

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