Mi Abuela

El otro día pensé en mi abuela; no tengo claro la razón, quizás fue un momento de desamparo frente a algunos problemas cotidianos; aunque en el fondo no concibo la vida sin problemas, perdería todo encanto; al final salgo fortalecido, determinado a vivir mejor.

abuela

Se me dibujó su cara, su figura; hice presente su manera de ser, su forma de concebir la vida, como actuaba con mis padres, mi abuelo, mi hermano y conmigo.

Si hubiera pertenecido a su generación, no dudo me hubiera enamorado de ella (perdoname tata). Esto no es un eufemismo familiar, quienes me conocen saben que no acostumbro sacralizar la familia.

Nunca vi sufrir en silencio a un hombre por una mujer como a mi abuelo; y he visto sufrir a hombres por señoritas. Ella no era normal, no tenía sentido común, estaba loca, loca de amor para entregar a los demás; era imprevisible, pero leal; una de las personas más ricas que conocí en mi vida, porque para mí, la riqueza de una persona radica en su capacidad para vivir con la menor cantidad de pertenencias mundanas posibles. Vivía con los Dioses dentro, como creían los griegos, con entusiasmo.

Era diabética, todas las mañanas desde sus dieciocho años se inyectaba insulina; sin embargo jamás la vi lamentarse, lo tomaba como cepillarse los dientes. Cuando subían los niveles de insulina en su sangre, por razones de la hipoglucemia, se alteraba su juicio y presentaba arranques de desconcierto; al principio me asustaba, pero con el tiempo lo tomé con humor. Mi abuelo (o mi madre) resolvían el asunto dándole a tomar almíbar; así se estabilizaba el azúcar y con ello volvía a recobrar su lucidez.

Trabajó como labradora, sus manos dejaban ver su pasado en contacto con la tierra. Simone Weil decía que poco vale el trabajo intelectual si no sabemos trabajar la tierra. Era polifacética, histriónica y culta en sus venas; pudo haber sido una excelsa actriz. Disfruté plenamente las actividades con ella; en diecisiete años que compartimos juntos debo haberle hecho un millón de preguntas para las cuales siempre tenía una respuesta interesante. Le preguntaba cosas como: ¿Qué es el amor? ¿Por qué somos pobres? ¿Cómo conociste al tata? ¿Cuáles son las siete maravillas del mundo y por qué? ¿Por qué lloras con las comedias si son de mentira? ¿Por qué en la escuela nadie me entiende? ¿Por qué mamá no me entiende? ¿Cómo hago para jugar como Maradona? ¿Qué puedo hacer si estoy aburrido? ¿Por qué no tenemos un caballo? ¿Por qué la gente se muere? ¿Por qué estoy tan enfermo, me voy a morir joven? ¿Cómo hago para gustarle a mi compañera de clase?

Podría estar horas recordando preguntas, no por haberlas formulado, sino por sus inusuales respuestas. Me escuchaba con atención y se esforzaba en entenderme, darme respuestas con sentido y llenas de amor. Es muy difícil encontrar personas que te escuchen, por lo general la gente no escucha, sólo espera su tiempo para hablar. Hoy creo que en algún punto se veía reflejada en mí, alguien con su misma hambre, pasión.

Difícilmente una mujer llegue a amarme tanto como mi abuela. Recuerdo el día que fuimos a visitarla con mis padres y la encontramos llorando desconsoladamente; no entendía qué podía haberle sucediendo para estar tan destrozada anímicamente; pensé que había ocurrido una tragedia. Mi madre le preguntó qué le pasaba y en medio del llanto le dijo que en la aduana del Chuy le habían quitado una caja de garotos que me traía de regalo. Por dentro pensé que era una exageración, pero con los años entendí que eso es el amor, que no importa el qué, sino el cómo; que el valor de las cosas no está en su precio. Esos garotos impregnados en amor valían mucho más que cualquier otro objeto.

Mis abuelos erraron por muchos sitios de los cuales conocí tres: el kilómetro cuarenta de la ruta siete (Canelones), Solymar y el fondo de la casa de mis padres (Pando). Comprobé que todo lo que tocaban lo convertían en amor; fue una deducción a la que llegué visitando esos sitios. Cuando voy por la ruta siete rumbo al noreste de Canelones y paso frente al kilómetro cuarenta, me alegra el recuerdo, si voy con alguien, señalo la escuela y digo: A esa escuela fue mi madre y detrás vivían mis abuelos. Como si señalara la Universidad Pontificia de Salamanca. Solymar me encanta, es un balneario del montón, pero es como si fuese a la isla de Santorini o algún balneario de la costa brava. Este año fui tres días a la playa, dos de ellos a Solymar, y créanme que los disfruté como si hubiera estado un mes en Cabo Polonio. La gran responsable es mi abuela y la asociación que hago de ella con el lugar.

En una de mis catarsis habituales le conté que me sentía un cobarde por no animarme a tirar bombas brasileras, que mis amigos lo hacían y no tenía el coraje. A esto, ella, en lugar de darme un sermón acerca de lo peligroso y arriesgado que era tirar bombas brasileras, me dijo:

«Se me ocurre algo para resolver esto, te voy a armar una caña larga con esponja de aluminio en la punta, vas a poner las bombas en el patio con las mechas en forma concéntrica, das fuego a la esponja y por último, acercas la caña desde lejos para encender las mechas; no sólo vas a poder contar que tiraste bombas, sino que lograrás un estruendo mucho mayor; simplemente no cuentes como lo hiciste.»

Ahora entiendo por qué son pocas las veces que te recuerdo; ya estás en mí, soy tu extensión, tu locura. Yo no elegí llevarte flores al cementerio, sino hacerte dibujos, ir a tu casa, admirarte, decirte que te amaba y hoy, escribir estas pocas. Nunca has muerto, porque te llevo conmigo, hasta el fin de mi pluma, hasta el fin de mi tiempo.

9 COMENTARIOS
  • Cyro De Amenti
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    gracias negro, por ser mi amigo!!!

  • Ignacio Iglesias
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    Hermoso, brillante, emocionante, siempre tan cruel con los fríos, siempre endulzando sus almas. Grande Negro, GRANDE!

  • LILIAN MIRANDA
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    DE VEZ EN CUANDO LEO LO QUE ESCRIBISTE SOBRE MI MADRE Y ME SIENTO MUY ORGULLOSA DE ELLA Y DE TI QUE PUDISTE CAPTAR SU IMAGEN TAL CUAL !!!!!

  • Anónimo
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    DIVINA CARTA A TU ABUELA, QUE LINDA FORMA DE TRASCENDER A MI TAMBIEN ME GUSTARIA QUEDAR EN EL RECUERDO DE LAS PERSONAS QUE AMO.

  • MAGGIE QUINTERO
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    AY GORRIÒN! ME HICISTE LLORAR… MI ABUELA ME CRIÒ, POR ENDE ERA MI VIDA! Y SIENTO COMO VOS, NO VOY AL CEMENTERIO PORQUE ELLA ESTÀ CONMIGO,SIEMPRE CERCA CUANDO NECESITO CONSUELO Y SUEÑO SUS MANOS ACARICIANDO MI CABEZA. UN ABRAZO!

  • Mónica
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    Un poco más de buena lectura..
    Se logra sentir la admiración, respeto, el amor tan fuerte como sincero, que emociona..
    Recordé que también le preguntaba a mi abuela: porqué lloraba con las comedias, si eran fantasía..
    Siempre tenía respuestas a mis preguntas.
    (A diferencia suya gorrión) se que murió. La extraño, pero ella es mi Ángel..
    Brillante, lo suyo.

  • Ana Meles
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    Hermoso recuerdo a alguien tan querido,me gustaría que mis nietos,así con tanto amor,me recordarán…El que tengo de mi abuela es tan bello,hace unos años,fui a conocer su pueblo,Recsnatti,en Italia,por momentos creí sentir sus pasitos a mi lado, cuando paseaba x la playa.inolvidable?

  • Sandra
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    Qué hermosos recuerdos! Yo también recuerdo a mi abuela, que también era diabética y tenía esos días locos…pero geniales! Hace dos meses fui abuela por primera vez de gemelos y espero ser para ellos aunque más no sea un chiquito de todo lo que fue para mí la mía.

  • Mario Ele
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    Gracias por esto. Quizas alguna vez te diga por que. O no. Igual se agradece.

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