El aguador (el negro jefe)

«Que al equipo no le falte agua.»

Sam Walker es un escritor norteamericano que escribió un libro titulado: The Captain, una investigación científica que busca descubrir qué tienen en común todas las dinastías deportivas que logran imponerse en un período considerable de tiempo. Dicha investigación parte de la siguiente hipótesis: Para lograr sostener el éxito en el tiempo es necesario tener jugadores dominantes y un alto presupuesto. Una vez finalizado el proceso de investigación, el resultado no coincide con la hipótesis, parece que el factor común de esos equipos es otra cosa, esa cosa se llama: «El aguador».

¿Qué es un aguador?

Un aguador es la persona capaz de lograr cohesión en un equipo a partir de su espíritu, alguien con una mirada holística, alguien que hace prevalecer el resultado del equipo por sobre su prestigio, por sobre sus intereses y de ser necesario, dispuesto a ubicarse en el más profundo anonimato. Tim Ducan para los San Antonio Spurs, Charles Pujol para el Barcelona, Horace Grant para los Chicago Bulls, Bill Russell para los Boston Celtics, Wayne Shelford para los All Blacks, Mireya Luis para la selección Cubana de Voley, entre otros tantos de otras dinastías históricas del deporte.

¿Qué descubrió el autor?

Que todos esos equipos legendarios tenían en común un factor cuántico, casi impalpable, algo que no se explicaba, pero que provenía de alguien capaz de entregar su ego personal, su propia vida en pos del equipo, alguien dispuesto a hacer todo el trabajo sucio, si es necesario, a cambio de nada.

No necesariamente tiene que coincidir con el talento o con ser la figura del equipo, de hecho, la mayoría de los aguadores de Sam Walker no eran figuras; como excepción a la regla podemos considerar la figura de Tim Duncan para los San Antonio Spurs, el pick one de 1997, el jugador más talentoso de la historia de la franquicia, pero absolutamente neutro, liderando desde las sombras.

  • ¿Cómo fue liderar a la franquicia durante tanto tiempo? – Le preguntó la periodista a Michael Jordan.
  • Nuestro líder fue Horace Grant. – Respondió Jordan.

El fútbol es el deporte más popular del mundo, algo encierra que la mayor parte de la población lo adoptó como el entretenimiento colectivo más importante; podría elucubrar una serie de razones que lo fundamentan, pero no es el propósito que me convoca, lo cierto es que provoca en el colectivo que lo practíca una elevación del estado de ánimo, un emparejamiento de las diferencias de estrato social, de alguna manera, durante el ejercicio, se esfuman creencias y prejuicios, somos capaces de estrechar un abrazo espontáneo con el diferente.

En Uruguay existe un ícono de este deporte que fue un aguador; su nombre: Jacinto Obdulio Varela, conocido capitán de la selección uruguaya que un 16 de julio de 1950 le ganó la final del mundo a Brasil en su tierra. Muchos están al tanto de esta historia, pero pocos conocen realmente como era Obdulio Varela. Obdulio no era un temerario golpeador del medio campo que amilanaba a los rivales, sino una persona sensible, humana, alguien al servicio de sus compañeros, capaz de trascender las consideraciones superficiales y el prestigio para transmitir la verdad.

«Cumplidos solo con la copa, los de afuera son de palo.» – Dijo en medio de un estadio con 200.000 mil personas que esperaban ver terminado un sencillo trámite, ver campeón a la mejor selección del mundo, Brasil.

Obdulio fue un líder natural, alguien que es erguido como líder pos sus compañeros, no porque alguien lo designó. El brazalete de capitán es un símbolo que no necesariamente tiene que coincidir con el liderazgo, en su caso se cumplían ambas cosas. Previo al mundial del 50′ Obdulio le dijo a los dirigentes de la AUF que era necesario mejorar las condiciones laborales de los jugadores del fútbol uruguayo, porque consideró que la expectativa de esa competencia era la clave para pedir justicia. Lo planteó primero a sus compañeros, y ellos estuvieron de acuerdo. Así fue que ante la negativa de los dirigentes por considerar los ingresos de los futbolistas del fútbol uruguayo (no solo los jugadores de la selección), el capitán dijo que no iban al mundial. Esta decisión puso en jaque a los dirigentes y tomaron la determinación de mejorar las condiciones laborales de los jugadores.

Terminada la competencia con Uruguay campeón en tierras norteñas, el capitán sale del hotel para estar solo y entra a un bar donde nadie lo reconoce, el capitán de la selección campeona, a pocas horas de la mayor gesta del fútbol mundial, era alguien invisible. En el lugar observa los rostros destrozados de los brasileños y se larga a llorar. En ese momento se acerca un mozo y le pregunta por qué lloraba; a lo que Obdulio, en medio de sollozos, le responde:

«Perdónenme.»

Ayer la selección sub 20 de Uruguay se consagró campeona del mundo. Cuando me detuve a observar por qué nos había sido tan esquivo, por qué otras selecciones uruguayas en otra época con más talento no lo lograron y por qué una selección sin estrellas fue capaz de ser campeón con tanta autoridad; ahí recordé a Sam Walker. Lo encontré perdido en la multitud, sin un premio individual, sin una tapa de periódico, procedente de un pequeño club desconocido; club del que es capitán desde los 18 años, sin prensa, sin niños que escogen comprar su camiseta; pero con templanza y mansedumbre, con la valentía de nuestro Obdulio; tan anónimo que me parece una afrenta mencionar su nombre.

Tengo respeto por las religiones sin doctrina, sin ídolos; así son el budismo y el taoísmo, ambas sostienen la idea de dualidad, coexistencia de bien y mal. En un deporte que es la principal herramienta de manipulación de masas, principal instrumento para el lavado de activos procedentes del narcotráfico y la prostitución; presidido por una de las instituciones más criminales del mundo; al mismo tiempo es capaz de fundir los estratos sociales, de elevar el espíritu de un niño, de enseñarte a compartir, a tolerar las frustraciones, a conocer y desarrollar tu cuerpo, a mantener activa tu mente, a colaborar en equipo, a poner a tus compañeros por encima de ti mismo.

A sabiendas de las más espurias acciones que habitan tras bambalinas de la organización de este deporte, hay una pulsión en mí que corre por un canal de lenguaje diferente, eso que hizo que en el museo del fútbol, parado frente a la gigante foto de Obdulio Varela en el hall principal, me pusiera a llorar.

Yin Yang: «Allí donde habita lo malo, también habita lo bueno.«

Que al equipo no le falte agua es la síntesis de lo más básico para la vida, al tiempo que abstrae la complejidad más profunda; de facto es mucho más que eso, significa estar para los otros, hacer que todo encaje, que se desarrolle, conservar vivo el estado de ánimo a pesar del premio. Mirar por y para el equipo, comprender que nadie es imprescindible, olvidarte de acaparar la atención. Solo por el equipo, por el amor a tus compañeros. Ser líder es un acto de amor, de humildad, de bondad, que inevitablemente actúa como elemento de cohesión, como pegamento ante cada fisura, generador de sinergia.

El liderazgo no es otra cosa que el trabajo consciente bajo la más profunda invisibilidad, cuando estando presentes nos convertimos en invisibles para nuestros alumnos, para nuestros hijos o para nuestro equipo, ahí hemos alcanzado el nivel más elevado de liderazgo, porque liderar no es otra cosa que un permanente ejercicio de vigilancia del ego, de conservar viva la humildad, de desapego. Un aguador es un servidor, alguien que encierra la más profunda esencia taoísta:

«Si eres nada, serás todo»

1 COMENTARIO
  • Mauricio
    Responder

    Excelente!!!

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