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el gorrión
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La felicidad

Felicidad, un sustantivo del sentido común y velo para disimular nuestra incapacidad de aceptar la vida. Hay un deber que nos insta ser felices, una propensión a evadir que nos impide mostrarnos vulnerables o desdichados. Dicho de otra manera, lo flemático, la alegría, es bien recibida por todos, mientras que la melancolía, tristeza, debe ser encubierta. Cualquier producto asociado a la felicidad es bien recibido, por ende aceptado. Coca-Cola: «Destapa felicidad».

Intangible e inconmensurable, no hay ningún instrumento creado por el hombre que sea capaz de medir nuestra felicidad, de manera que, aunque se pronuncie a viva voz, será un ejercicio inútil. Sería una osadía de mi parte escribir un tratado sobre la felicidad, eso lo hizo magistralmente Schopenhauer, sin embargo, quiero reflexionar un poco.

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El bar de los pájaros

Y acá me encuentro, donde los pájaros de alma desamparada sacian su sed, revoloteando por la ciudad hasta aterrizar en el bar. Inyectando alcohol y deyectando angustias. Hoy está plagado de corazones, parte de la multitud de La Marcha del Silencio ha recalado en este lugar. Me acomodo en el único espacio disponible en una de las butacas junto a la barra, frente al horno de pizza. A mi diestra, un mozo cenando un omelete en su descanso. Intercambiamos unas palabras con el pizzero y otro mozo que se acerca, este último nos hace catarsis sobre lo pretenciosos que son algunos clientes ocasionales.

–No soportan la ansiedad, quieren el pedido al instante, esto no es McDonald’s papá –sentencia furioso.

Parece una contradicción, pero toda la paciencia de esas personas para con sus familiares desaparecidos y tan poca paciencia para con una pizza. Entra un paria y se acerca a la barra sobre mi izquierda, pide algo para comer; el pizzero aparta unos recortes de fainá y mozzarella recién salidos del horno, los envuelve y se los alcanza; me gustó que no escogiera recortes viejos, loable actitud, lo sentí mi amigo. Siempre me cayeron bien los marginados; los borrachos, las putas, los travestis, los reclusos y todos aquellos que la cultura oficial desecha; me parecen personas auténticas; de alguna manera, sus vidas fueron extirpadas, eso los hace moverse sin miedo a perder, a diferencia de los fariseos que, andan siempre pensando en prosperar, obedientes, egoístas, emanando miedo a borbotones. El otro día, un borracho se puso a llorar en uno de mis hombros; explotó su llanto luego de que el músico del lugar donde estábamos se rehusara a tocar un tema de Eduardo Darnauchans.

–Toca uno del Darno, uno del Darno –le gritaba.

Al ver que terminaba su función sin complacerlo, se dio vuelta, me miró y se puso a llorar. Lo abracé y le pregunté por qué lloraba.

– No me dio bola –me dice.
– Los músicos ensayan sus canciones, seguramente no estaba ágil con ninguno de Darnauchans. –le dije
– Vos lloras por otra cosa –agregué.
– Extraño a mi madre muerta –sentencia.

No le dije nada, sólo esperé a que drenara su tristeza; al minuto me agradeció y siguió su camino.

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Verano oxidado

Quiero caminar la ciudad entre callejuelas, tugurios y bares; observar caras extrañas, parejas, el trabajo de los mozos o escena interesante que tenga para compartir mi entorno. Es una de las formas de salir de mi cárcel mental.

Típica noche de enero en la ciudad, camino serenamente sobre el cemento caliente hasta llegar al bar donde acostumbro cenar esporádicamente, hoy los camareros tienen caras abominadas, el día sofocante y la impotencia por no tener vacaciones los deja así. El lugar exuda tedio; me recuesto sobre una de las mesas al fondo hasta que se acerca una moza llena de desgano para ofrecerme la carta.

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La guerra y la paz

“Y la vida siguió siendo, tal como había sido durante la guerra, tal como seguirá siendo siempre, impredecible, incomprensible, inacabable”.

León Tolstoi

La República Democrática del Congo -valga la contradicción- es un país de África Central que se encuentra en crisis política y bélica desde hace mucho tiempo. En sus inicios fue colonia de Bélgica y se independizó en 1960; es un país plagado de riquezas minerales como oro, diamante, cobre, cobalto, entre otros; aunque el mineral de la discordia se llama coltan.

La guerra y la paz

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Un barrio

Terminaba ansioso el café con leche junto al refuerzo de mortadela para salir despedido de la cocina, tomar una acelerada carrera por la vereda del rancho, saltar limpiito el portón negro de hierro y llegar hasta la calle; ahí levantaba la mirada para ver el campo baldío con la ilusión de encontrar vecinos en la canchita. Me gustaría contarles lo variada y polifacética que fue mi niñez, pero no, lo único que me importaba era jugar al fútbol, partidos barriales y precarios. La escuela era una obligación que sólo servía para tener a mis padres tranquilos y dadores de licencia para ir jugar. Parece mentira, cada tanto tribulo el tiempo que perdí jugando al fútbol en mis jóvenes años, en lugar de aprender a tocar la guitarra, leer libros de cuentos o hacer otras actividades de esas que te agudizan los sentidos, y los placeres.

Nací en un suburbio, clase obrera trabajadora, construcciones irregulares, techos livianos, calles de balasto, ausencia de saneamiento y también de pensamiento. En mi casa no había libros ni instrumentos musicales, la vida de mi hogar estaba signada por la abnegación de mis padres, tareas del hogar, trabajar muchas horas para al fin volver a hacer las tareas del hogar y volver trabajar muchas horas. Mi padre era empleado de una fábrica, fue muy difícil verlo cada primero de año, ya que hacía turnos para recolectar dinero extra. Mi madre argüía que su intención era pagar nuestra educación. El tiempo libre de mis padres estaba destinado exclusivamente a los entretenimientos televisivos y los noticieros. En mi casa estaba terminantemente prohibido ver programas didácticos o dibujos animados mientras se transmitía Grandes Valores del tango o el Informativo.

Mis viejos no tenían la culpa, fueron rehenes de los medios de producción y la industria del entretenimiento ¡Sí! Esa que te obliga a tener sentido común. En mi casa se discutía, pero no se discurría; estaba preestablecido vivir la vida para llevar un orden; ser un empleado responsable, trabajar muchas horas, no deber dinero a nadie y seguir los dogmas pautados por la lectura oficial. Estudiar de forma ortodoxa hasta donde se pudiera, conseguir un trabajo, una pareja, no meterse en problemas, casarse y al fin, terminar repitiendo la misma película una y otra vez.

Soñar estaba cuasi prohibido, ya que debíamos aceptar la vida que nos había tocado sin chistar. Jugar al fútbol como Francescoli o tocar la guitarra como Paco de Lucía eran proezas imposibles, dado que esos dones eran otorgados por una gran varita mágica que nunca visitaría nuestro hogar. No obstante, en aquellos años había algo que me preocupaba aún más; la indeseable hora de dormir la siesta; así que con el fin de esquivar dicho martirio, utilizaba el artilugio de colocar almohadones en mi cama para simular la presencia de un cuerpo y me escurría por la pequeña ventana del dormitorio. Había que ser flaco, de lo contrario, era imposible escapar. Allá me iba en silencio al encuentro de los verticales rayos del sol, el bravo cantar de las chicharras macho y mis amigos, los vecinos. A esa hora no se jugaba al fútbol, más bien cazábamos con la onda, trepábamos al viejo laurel o competíamos al tejo por figuritas o al hoyo, por bolitas. Mi cuadra era muy corta, balasto lleno de pozos, callejón cerrado con una alambrada al fondo que separaba un campo repleto de chircas donde cruzaban las vías del tren; sincopado sonido que, junto al ladrido de los perros, eran los responsables de alterar el ritmo del barrio.

En aquellos tiempos sólo habían dos maneras de ganarse el respecto de tus pares; ser un camorrero temerario o bien, un excelso jugador de fútbol; si no querías ser un bravucón, al menos tenías que ser elegido dentro de los dos primeros turnos en una pisadita; de no ser así pasabas a ser un simple jugador de relleno. Los buenos jugadores no sólo estaban exentos de las palizas de los camorreros, sino que eran vistos con admiración y respeto por los adultos, por ende, mi superveniencia estaba supeditada a ser un busca pleitos empedernido o bien, ponerme a practicar la zurda contra la pared, mejorar los cambios de ritmo y pegarle con comba.

Escucho que muchas personas hablan con nostalgia y felicidad de su niñez; no fue mi caso, la mía fue una prueba de supervivencia; cuando la maestra nos explicaba las causas del éxodo del pueblo oriental, me encontraba pensando cómo esquivar las piñas de los más grandes a la salida de la escuela o ideando ‘driblings’ para combatir con fútbol las embestidas de mis vecinos. Les juro que cuando niño esas eran las únicas cosas que realmente me importaban; poco tenía que ver eso con la felicidad; la dicha es otra cosa, quizás la que siento hoy haciendo arpegios con la guitarra, leyendo “En busca del tiempo perdido” o viendo a mi madre dibujar y haciéndolo bien. Hoy destina menos tiempo a las tareas del hogar y más tiempo a su abnegada alma.
Sin embargo, estaría faltando a la verdad si dijera que en mi barrio no aprendí nada; en esos años me enseñaron a tolerar la frustración, aprendí a perder y a saber separar los sin vergüenzas de los buenos tipos, porque en el potrero, los que garronean los ‘corners’ son los que te roban las novias; de la misma manera que los buenos perdedores son los mismos que prestan bolitas. En esas calles plagadas de tugurios, el respeto no era un bien de consumo, sino un premio de pocos.

Ya no quiero volver ahí, mi niñez ha cambiado y pertenece a otro tiempo; quiero ir a otros lugares, con otras gentes, pero sin olvidar que mi sangre está matizada de ese lugar; con el recuerdo de un barrio estampado en el alma.

Una mañana

Imagina un campo, amplio, verde, bajo un amanecer cálido, cubierto de un cielo celeste, intenso y salpicado de tibias nubes algodonadas, verbena fucsia entrelazada al verde gramado; aves revoloteando te cruzan como también te cruza una ráfaga de aire fresco; escuchas acordes de una cascada lindante, caminas sin rumbo, parpadeando, los rayos del sol instan bajar tus párpados como cortinas y capturas ese momento; llegas a tu fase R.E.M hasta que un beso húmedo te sorprende, alguien vino a buscarte.

El cuento de la paloma

«A esa paloma la dibuja mi sobrina».

Sentenció con voz áspera mi compañero Hugo, al tiempo que me hacía abandonar la fase REM.

Adoraba las clases de historia del arte, aunque cansado, luego de un día de trabajo y cómodamente sentado en un aula semioscura, era infernal, casi siempre terminaba dormido.

La paloma de Picasso

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Polaroid

El reloj de la pared marca las diez y cuarenta y cinco de la noche, la libreta sobre mi falda, recién llegué de deambular sin rumbo, hasta que al fin lo encontré.

Hace ya tiempo que estoy perdiendo la magia de escribir, sólo algunos apuntes, reflexiones llevadas a mi libreta viajera, textos irrelevantes, timoratos, más bien frías sentencias. Hoy me atrapó una rebeldía adolescente que me insta salir, sin un rumbo fijo, pero con los sentidos abiertos como radar ruso en la guerra fría.

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Principium

En el noreste del departamento de Artigas, ubicado al norte del Uruguay, en un pueblito de nombre Tomás Gomensoro y a orillas del Itacumbú, se encontraba un humilde ranchito de paja y barro, ese era el hogar de la abuela Elsa; alguien singular que vivía sola en esa tapera perdida junto al río.

Abuela Elsa

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Los Argentinos

La primera vez que escuché hablar de los argentinos fue en la escuela, cuando la maestra nos enseñaba historia nacional era inevitable no relacionar la filosofía Artiguista con los federales. La Liga Federal o Unión de los pueblos libres, fue una confederación de provincias aliadas dentro de las provincias unidas del Río de la Plata, lideradas por José Gervasio Artigas, gobernador de la Provincia Oriental. Artigas estaba al frente de Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, entre otras. En esa época escuché nombres como Posadas, Pueyrredón, Alvear y Rivadavia. Aunque el personaje que más llamó mi atención fue el General San Martín; parece que cuando el directorio de Buenos Aires le ordenó aplastar a las tropas federales Artiguistas, el amigo desobedeció y se dedicó a liberar a Chile, Perú y el sur de Ecuador.

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